Rústico e industrial


¿RÚSTICO?

Prefiero la belleza de los fractales, de las estructuras cristalinas, de la supuesta aleatoriedad de los elementos y su incansable simbiosis, ese ruido único que obedece a complejas funciones matemáticas imposibles de explicar. Prefiero las bellas irregularidades impresas por la mano del artesano que manifiestan la pasión y el compromiso, prefiero ver la maduración de las superficies, adaptándose y acompañándome día a día.
Que tristeza ansiar un diamante pulido y llorar cuando el aluminosilicato presenta un rayón. Prefiero al rayón, a la fractura, al decapado, a la astilla que trasciende, a esa rusticidad parlanchina que me relata la historia de su nacimiento.


¿INDUSTRIAL?

La complejidad estética de los mecanismos, estructuras y uniones que, despojadas de piel, muestran la cruda verdad de su existencia. Esas son mis preferidas.
Puedo observar por horas un puente inglés de ferrocarril con todos sus remaches, un tanque de agua, el mecanismo de un reloj. Porque prefiero los remaches a la vista, los músculos y tendones metálicos tensados; que cada parte sea protagonista, porque entre todos logran la esencia. 
A veces me pregunto por qué ocultar tanta belleza con pieles sintéticas. ¿Por qué todo debe tener la sensación de osito de peluche? Es contradictorio pedirle a una máquina la misma sensación que nos produce una caricia. ¿Tan artificiales somos?
Si el hierro es frío, oscuro y rugoso, ¿por qué pedirle que sea cálido, brillante y colorido?
Soy admirador de esa estética que muestra sus pormenores, de esa estética honrada.